El origen de la barbería se remonta a los antiguos egipcios. El oficio de Barbero se presenta como uno de los primeros en la historia.
Tanto en la cultura egipcia como en la Romana y en la antigua Grecia, el barbero era un hombre de una gran importancia en la sociedad. Hombre distinguido y respetado.
Esto es así, en gran parte por la creencia que se tenía de que en el cabello residía todo y al ser afeitado se eliminaba lo malo del ser humano y se llegaba a la pureza y limpieza.
En los últimos años, los hombres han devuelto a su cabello el protagonismo que tuvo antaño, y que con el avance de la modernidad, poco a poco le habían arrebatado. El movimiento ‘hipster’ trajo consigo no sólo las camisas de cuadros y el iPad bajo el brazo, sino que ayudó a dar el impulso definitivo a la recuperación de un cuidado especial del estilo masculino.
El regreso de las barbas demandó el regreso del esplendor de las barberías, que vuelven a poblar las calles con imágenes de barbas silueteadas y los rodantes colores rojo y azul sobre blanco en los icónicos ‘barber pole’.
Pero cuando todo empezó, era muy distinto. El origen de las barberías se remonta a la edad de bronce. En aquellos tiempos, hace más de 3.500 años, se usaban piedras afiladas a modo de cuchilla. Los egipcios modernizaron los métodos, y esculturas encontradas demuestran que el afeitado del cuerpo entero era un ritual regular entre los farones y la alta sociedad.
Avanzando unos cuantos siglos nos encontramos que en la Edad Media eran los sacerdotes los más ilustrados, tanto en el hábito de leer y escribir como en el manejo de los utensilios de medicina. Sin embargo, el papa Alejandro III prohibió a los clérigos seguir practicando operaciones quirúrgicas. Era 1163, y entonces nació la mezcla de la barbería con la medicina.
Los barberos eran de los pocos diestros en el manejo de cuchillas y bisturís, así que la Iglesia les delegó la práctica de la medicina. El parlamento británico puso un poco de sentido común a aquello en 1450, y limitó estas operaciones a las terroríficas sangrías, la extracción de muelas, y por supuesto, el corte y cuidado del cabello.
Precisamente de las sangrías nace el ‘barber post’, que en su origen mostraba solamente franjas rojas y blancas, simbolizando la sangre que emanaba de esas extracciones y las vendas limpias que se usaban para secar la herida practicada. Su giro responde al baile de esas vendas al viento.
La introducción del azul, sin embargo, no está claro a qué responde; mientras unos creen que el azul fue el color que se asignó a los barberos frente al rojo de los cirujanos cuando se empezó a delimitar sus funciones, otros argumentan que el azul simboliza las venas del paciente al que se iba a hacer la sangría. Sea como fuere, el llamativo símbolo quedó establecido.
Luego, la llegada de las ostentosas y espectaculares pelucas que la clase pudiente usaba en el siglo XVII, y que todos hemos visto en infinidad de retratos, exigió a los barberos perfeccionar sus técnicas, en lo que fue el embrión, ahora sí, del negocio moderno.
Aunque tras la Revolución Francesa el uso de pelucas fue a la baja, como forma de ejemplificar la ruptura con el Antiguo Régimen, el negocio ya estaba establecido, aunque todavía convivía con las viejas prácticas de las sangrías y la extracción de muelas, algo que perduró hasta mitad del Siglo XIX.
Las barberías con sus características actuales ya estaban forjadas, al menos en esencia. Y la formación del primer gremio moderno de barberos, la estadounidense Associated Master Barbers of America (AMBA) en Chicago en 1924, le dio al oficio el impulso necesario para alcanzar su década dorada, en la primera mitad del siglo XX, cuando las barberías servían de locales de ocio para jóvenes y no tan jóvenes que querían distinguirse entre sus semejantes.
Una sofisticación que, después de décadas de olvido, recuperamos hoy en día para reivindicar lo exquisito de la dedicación a uno mismo y el placer de explorar aquellas prácticas y tradiciones de antaño que ofrecían una experiencia personalizada y distinguida.